Hace unos meses en una formación que di a profesores de español y estaba explicando la importancia de las instrucciones detalladas, uno de los participantes protestó diciendo que de este modo los estudiantes lo tendrían demasiado fácil. Además, en la secundaria, añadió, los alumnos ya deberían haber aprendido qué se espera de ellos.
Esta reacción es completamente comprensible si pensamos que España forma parte de las culturas donde la base fundamental de la educación de los niños es el modelo de su entorno. Se confía en que los niños antes o después aprendan las normas de la convivencia de manera más espontánea y se le da más importancia a que se porten bien en sus relaciones interpersonales. En los parques o en la playa se puede distinguir este estilo claramente de las de culturas que optan por las instrucciones verbales desde la más corta edad que continuamente acompañan la actividad de niños dándoles órdenes sobre lo qué se debe hacer y qué no.
Diferencias culturales se reflejan también en lo que se espera de un profesor y también cómo ve él mismo su papel en el aula. Por ejemplo, cómo se relaciona con sus alumnos; si la distancia jerárquica es grande entre ellos o más bien no hay gran diferencia, o considera exclusivamente el rendimiento individual o también la competencia de trabajar en equipo. No solo influye en su actitud de trabajo su formación como profesor, sino toda la experiencia escolar adquirida en su infancia. Allí absorbió inconscientemente, por ejemplo, a concentrarse en los errores y poner énfasis en la repetición precisa del material o a alabar a los alumnos y estimularlos para el pensamiento autónomo.
Tal como vimos arriba, puede haber diferencias sobre las expectativas de las instrucciones, es decir, sobre su claridad. Muchas veces la dificultad de malentender o no entenderlas causa la mayoría de los problemas de los alumnos recién llegados. Y no solo por la deficiencia lingüística sino porque la manera de preguntar forma parte de un modelo educativo y puede haber grandes diferencias entre los países.
Los padres sobre todo se dan cuenta de la calidad de feed-back. Y aquí también se pueden ver las diferencias. En un país se valora el mismo nivel más estrictamente que en otro o la manera cómo se explica las críticas, directamente o con rodeos o siempre añadiendo aspectos positivos.
O las diversas maneras de los apuntes en las libretas. Está determinada culturalmente la tendencia de hacer apuntes como si fueran un dictado o sintetizarlas en estructuras y reducirlas a la información principal.
Incluso la relación con los padres puede esconder obstáculos. En unos países si el profesor invita a los padres a una cita para hablar sobre el alumno puede ser interpretado como debilidad profesional, es decir, que siendo profesor no puede resolver solo un asunto que tiene que ver con la educación de su alumno.
Es conveniente que las personas que se dedican a la enseñanza de niños de diferentes culturas consideren estas diferencias y deben saber cómo puede afectar su comportamiento a su alumno o sus padres porque los malentendidos pueden generar frustración, la que afecta negativamente el proceso de aprendizaje. A parte de que la actitud positiva del profesor estimula el comportamiento colaborativo del alumno y su respeto de las normas mientras que lo contrario genera mala conciencia, rencor y autoestima baja.
Según la edad, cuando llega el niño al nuevo país, reacciona con más o menos fuerza a las diferencias culturales ya que eso depende de la profundidad de socialización en su país de origen. El niño puede también imitar una actitud negativa desde casa y en este caso colaborará menos con el colegio. Por ese motivo es fundamental que los padres obtengan información adecuada sobre las diferencias culturales.
Si paralelamente el profesorado recibe apoyo, desde este punto de vista, será posible evitar mucho estrés, y como consecuencia, se reducirán los casos de depresiones y burnout. Y todavía no he mencionado que un profesor preparado y con autoestima alta estimula el rendimiento de sus alumnos.