Los niños plurilingües se enfrentan a diferentes dificultades según su edad sin embargo la mayoría de los padres que se apuntan en estos talleres son aquellos con hijos pequeños. A veces uno u otro participante comenta que ha venido para prevenir lo sucedido a un conocido suyo cuyos hijos ya no hablan su idioma de origen. Según mi experiencia a estos conocidos les resulta más difícil compartir su situación, aunque también sería posible, con una orientación personalizada, que se pudiera resolver el problema o por lo menos conseguir el cambio de la tendencia del hijo.
Por eso me alegré tanto cuando, en uno de mis talleres, dos participantes, ambas madres polacas hacia el final del evento se animaran a contar que sus hijos de 10 y 12 años ya no hablaban polaco. Una de ellas me llamó la atención durante el taller por participar menos que los demás, que intervenían con preguntas cuando estábamos analizando una u otra cuestión. Me dirigí hacía ella hacía el final para ver si había algo que pudiera ser de su particular interés. A lo que ella respondió con una cierta incredulidad, comentando que ella creía que “los niños hablan el idioma de origen hasta llegar a los 4 o 5 años, y luego pasan al idioma de la escuela. No se puede hacer nada contra esto. Lo mismo le ocurrió a sus hijos, a pesar de que ella lo había intentado todo. Así que los suyos ya no hablan la lengua de origen”.
Fue esta declaración la que me impulsó a escribir hoy. No hay padre que críe a un niño multilingüe al que no hubiera sucedido alguna vez que el hijo no le conteste en la lengua en la que le han preguntado. La diferencia consiste en cómo reaccionamos nosotros. De esto depende si el niño logra retener o posiblemente perder su idioma de origen.
Si, ante cualquier dificultad, cambiamos inmediatamente al otro idioma porque tenemos miedo de que no nos entiendan o porque no queremos seguir mirando su tensión buscando las palabras, les privaremos de la oportunidad de aprender.
Puede haber varios motivos para que el hijo nos responda en otro idioma, primero, porque algo le vino a la mente más rápidamente en su otra lengua. A lo mejor no le costaría seguir en la otra, pero así le salió más espontáneamente. Esto también nos sucede a los padres que utilizamos diferentes lenguas cotidianamente.
Puede pasar también que al hijo no se le ocurra simplemente la palabra o expresión inicial y después de pensar por un segundo continúe todo su relato en el otro idioma. También depende de cuán tolerante sea el entorno con la mezcla de idiomas.
En estos casos una mayor permisividad podría facilitar la comunicación y permitiría mantener una actividad mínima de una lengua que en estos momentos es más pasiva.
Si el niño no recuerda una palabra, también puede significar que la ha oído simplemente con menos frecuencia. O no ha oído nunca en una de sus lenguas. Quiere hablar de un tema que ha aprendido en su otro idioma, pero no lo ha oído antes en la nuestra. Entonces, ¿qué es lo que más necesitan? Que los padres y especialmente en estas situaciones les hablemos en nuestra lengua, a pesar de que ellos sigan en la otra, porque es importante que el niño escuche el vocabulario de aquel tema también en nuestra lengua. Si nos mantenemos dentro del mismo tema, les ayudamos mucho a que aprendan nuevas palabras y frases, aunque la conversación se mantenga en dos lenguas diferentes. Esto es solo una fase inicial. Luego ya les saldrán con más facilidad las palabras y expresiones aprendidas en estas conversaciones.
Además, si les respondemos en su lengua más débil, les damos una retroalimentación positiva, les mostramos confianza al expresar que creemos que nos entienden, aunque no nos contesten en nuestra lengua, o no con fluidez, o mezclando idiomas.
No olvidemos que todos entendemos más de lo que somos capaces de decir. Incluso en la lengua materna existe la diferencia entre el uso pasivo y activo del idioma sin embargo en el caso de los plurilingües esta brecha tiende ser aún más grande. Así que, si hablan poco, no significa necesariamente que entiendan poco. Lo que significa es que justamente en esta fase necesitan más input lingüístico.
Y ahora vuelvo a la historia del taller. La otra mamá polaca llegó con un niño pequeño de alrededor de un año y medio. Ella era muy activa, interrumpiendo continuamente mi charla con cortas aprobaciones sobre los temas que tratamos. Se notaba que no podría esperar hasta llegar a la parte interactiva del evento, después de la conferencia introductoria, donde todos los participantes pueden compartir sus dudas con el grupo. Y nos explicó que sus hijos mayores ya no hablan polaco con ella, pero vino a buscar ayuda sobre qué podría hacer de manera diferente para mantener el idioma con este pequeño, el tercero. Al detallar su situación, mencionó que, aunque los mayores se hablan catalán entre ellos, ahora que ha nacido el tercero, empezaron a hablar polaco al pequeño, tal como hace ella. Explicó, cómo un nuevo miembro de la familia, que ni siquiera puede hablar, ha cambiado radicalmente los hábitos de uso del idioma.
Y añadió un poco más tarde incluso una anécdota: que una vez que los chicos volvieron a casa del colegio le explicaron algo muy rápido que ella no entendió. Los niños al ver que su madre no los entendía, se lo repitieron en polaco. Era la prueba que los niños no habían olvidado completamente su idioma de origen. Normalmente ya no le hablaron en aquella lengua, pero al surgir una situación urgente, se esforzaron. ¡Ayudémoslos con eso!
Ambas madres agradecieron mucho el taller. Lo que comentaron al salir de allí no lo entendí, pero poco después, en aquel fin de semana recibí varias solicitudes de consulta de otras madres polacas que viven en Barcelona.