A todo el mundo agradece recibir ánimo, estímulo o impulso. Pero ¿por qué los niños plurilingües son en este aspecto también especiales? Por un lado, porque el aprendizaje de un idioma es un proceso muy largo por más que empiecen lo suficientemente temprano. Por otro lado, porque estos niños están rodeados de personas monolingües que, aunque no tengan expectativas excesivas de estos niños, hablan su única o dominante lengua con tal seguridad que los niños plurilingües tardarán de alcanzar. Durante mucho tiempo tendrán que afrontar el hecho de que cometen más errores, ya sea en el habla o la escritura, o que no pueden expresarse de forma tan variada y rica como los mayores en su entorno que crecieron monolingües.
A veces los padres o parientes vigilan con preocupación lo bien que los niños usan su idioma y si realmente se corresponde con su edad. En la escuela también tienen que pasar por miradas no menos estrictas para ser aceptados como hablantes nativos. La reacción más fácil es justificar todo acusando a la otra lengua por los errores. Cuanto menos conocen los padres o los maestros los otros idiomas del niño o saben menos de la evolución de los plurilingües, es más fácil creer que los errores en uno de los idiomas son la señal que en el otro idioma les va mejor. Y con ello pueden fomentar el miedo de que es la otra lengua la que amenaza la suya.
En el caso de varios idiomas, es bastante natural que se cuelen errores, y esto puede ser aún más pronunciado en el uso del lenguaje escrito. Si no consideramos los errores de un niño como una de las herramientas de su aprendizaje, sino que nos resignamos diciéndole que «bueno, son demasiados idiomas y al final terminarás sin hablar ninguno de ellos correctamente,” con eso podemos dañar su autoestima. Y justamente una autoestima debilitada creará una barrera adicional para un aprendizaje eficaz.
Pero ¿cómo podemos salir de ese círculo vicioso o cómo podemos ayudar a nuestro hijo plurilingüe de manera eficaz? Con ánimo, estímulo o impulso adecuados. ¿Se puede conseguir mejora con chantaje o reproche? Sí que pueden dar resultados, pero solo a corto plazo y lo que se gana en el puerto se pierde en la aduana. Es decir, perjudicará la autoconfianza del niño.
Existen también formas más leves de estos últimos, como por ejemplo lo que me contó el otro día una ingeniera de caminos. Me contó que siempre fue una buena estudiante, pero, aun así, cada año cuando entregó sus notas finales a sus padres, ellos las recibieron diciendo «No esperaba nada menos de ti». Una frase así aparentemente sugiere que confiaban en ella, pero que no la recordaría hasta el día de hoy si no hubiera retenido el sentimiento de carencia que le generó el hecho de que no se mencionó ni una palabra sobre el esfuerzo que hizo para conseguir un resultado así.
Hay una versión más provocativa de esto cuando a los niños se les dice: «No creo que puedas hacer eso». Presumiblemente con la esperanza de que la autoestima del niño avance y «simplemente» lo haga. Sin embargo, el uso frecuente de este método también puede provocar que el niño acepte con resignación que realmente no puede hacerlo. Especialmente si, a veces, pese a los intentos, no consiguió el éxito imaginado.
Dar ánimo no se puede hacer solo verbalmente con frases que elogian el esfuerzo o los logros de una persona, aunque estos son imprescindibles. A veces vale un gesto cariñoso con el mismo significado para que cause el mismo efecto.
Sirve también de estímulo ayudarles en tareas concretas por ejemplo explicándoles métodos para resolver un ejercicio o, por ejemplo, buscándoles algo en el diccionario o en una lección anterior de un libro de texto.
Si les prestamos nuestra atención a ellos y al objeto de su preocupación, sentirán que vale la pena invertir aún más energía en ello y estarán felices haciéndolo. Si además no olvidamos el buen humor, el aprendizaje será todavía más eficaz. Ya que la confianza inquebrantable en uno mismo puede hacer maravillas.